LA SERENDIPIA EN EL DESCUBRIMIENTO DE NUEVOS MEDICAMENTOS
El Diccionario de la Real Academia Española define el término serendipia como “hallazgo valioso que se produce de forma accidental o casual.” En el mundo del medicamento esto ha sido algo relativamente frecuente. En algunos fármacos su descubrimiento ha sido simplemente fruto del azar, de la casualidad. En otros su descubrimiento se debe a haberse encontrado durante su utilización efectos farmacológicos inesperados y valiosos. Finalmente, en algunos han sido sus propios efectos secundarios los que, paradogicamente, han llegado a tener un mayor interés terapéutico que el medicamento en si. Vamos a ver algunos ejemplos:
La vacuna antivariólica fue descubierta a finales del siglo XVIII por el médico inglés Edward Jenner al observar, de forma casual y durante su estancia en una granja, que las mujeres que ordeñaban las vacas no padecían la enfermedad de la viruela sino una variante leve de la misma. Otro ejemplo sería la penicilina descubierta en 1928 y de forma accidental por el médico escocés Alexander Fleming al observar la formación de un halo de inhibición en una placa de Petri contaminada por el moho Penicillium notatum. El LSD fue descubierto de forma totalmente fortuita por el químico suizo Albert Hoffman en 1943 cuando estaba buscando a partir de la ergotamina nuevos agentes estimuladores del parto. Durante los años 20’ se venía observando en Estados Unidos y Canadá que el ganado bovino alimentado con trébol dulce sufría hemorragias incontrolables pero curiosamente esto solo ocurría cuando la planta ingerida estaba fermentada, hecho que llevó a Paul Link de la Universidad de Wisconsin a aislar en 1940 el agente causante de las mismas y que resultó ser el dicumarol. El descubrimiento de las cefalosporinas tiene su origen en la observación hecha en 1948 por Giuseppe Brotzu, profesor de la Universidad de Cagliari (Cerdeña), sobre la clarificación espontánea de las aguas residuales vertidas al mar en determinadas zonas de la costa y que era debida a la presencia del hongo Cephalosporium acremonium cuyo extracto resultó ser activo frente a Salmonella tiphi.
Durante la década de los 50’ del pasado siglo tiene lugar una auténtica revolución en el ámbito de la psicofarmacología consiguiéndose por primera vez medicamentos realmente eficaces en el tratamiento del paciente psiquiátrico. En varios de estos fármacos la serendipia ha jugado un papel determinante. El descubrimiento del litio en 1949 como agente antimaníaco fue consecuencia del mas puro azar, gracias a las extraordinarias dotes de observación del psiquiatra australiano John Cade cuando estaba tratando pacientes con trastorno bipolar. El descubrimiento en 1952 del tranquilizante clorpromazina se debe al cirujano francés Henry Laborit que cuando estaba ensayando diferentes antihistamínicos para prevenir el shock quirúrgico y observó las propiedades hipotermizantes e hipnóticas de este fármaco. Con el clordiazepóxido tenemos un ejemplo mas del azar y la buena suerte cuando el químico polaco Leo Sternbach recuperó en 1954 un producto sintetizado dos años antes que había sido rechazado por carecer de propiedades relajantes musculares pero que demostró poseer unas extraordinarias propiedades ansiolíticas.
En el año 1957 se introdujeron en clínica los primeros fármacos específicamente antidepresivos: la iproniazida y la imipramina. El origen de la iproniazida, se debe a la sagacidad del psiquiatra norteamericano Nathan Kline al observar como los pacientes tuberculosos tratados con este fármaco mostraban una mayor vitalidad y una elevación de su estado de ánimo. Por su parte en el origen de la imipramina está el psiquiatra suizo Roland Kuhn que ensayando diversas fenotiazinas como agentes antipsicóticos para tratar a pacientes esquizofrénicos observó que aunque esta carecía de actividad neuroléptica apreciable sin embargo tenía un efecto antidepresivo superior a cualquier otro medicamento conocido hasta el momento.
En las área inmunológica y cardiovascular también existen ejemplos de serendipia. Este es el caso de la ciclosporina cuyo descubrimiento debemos al bioquímico belga Jean Borel quien buscando nuevos medicamentos antifúngicos aisló un hongo que apenas tenía actividad antibiótica pero que, sorprendentemente, poseía una potente acción inmunosupresora observada por la inhibición selectiva de cultivos de linfocitos. Otro ejemplo sería el sildenafilo diseñado inicialmente para su uso en la hipertensión arterial y en la angina de pecho descubriéndose, accidentalmente, que un efecto secundario hace que su verdadero valor resida en el tratamiento de la disfunción eréctil.