Ciencia a la carrera

lunes , 8 de junio de 2020

Ciencia a la carrera

La pandemia de COVID-19 nos ha pillado por sorpresa. Con gran rapidez hemos pasado del miedo a alarmar al estado de alarma. Cuando hemos reaccionado no hemos podido aplicar más estrategia que la de convertir nuestras casas en fortines e improvisar un frente de batalla en los hospitales. Las residencias de ancianos se han quedado en terreno de nadie, pues a la elevada vulnerabilidad de sus habitantes se unía una escasa capacidad defensiva. Han faltado recursos y suministros. Suministros que no teníamos capacidad de producir y que ha habido que obtener a cualquier precio.

Occidente había perdido la memoria de las grandes epidemias del siglo pasado. En los últimos decenios las enfermedades emergentes con capacidad epidémica aparecían en países distantes y con sistemas sanitarios deficientes. Hemos pecado de exceso de confianza en la capacidad de nuestros sistemas sanitarios evitando por ello aplicar medidas cuyo coste ahora se ha disparado. Además, a diferencia de lo ocurrido con el SARS 2002 y el MERS 2012, en esta ocasión la biología no nos ha sido propicia. El SARS-CoV-2 está particularmente bien dotado para producir una epidemia con graves consecuencias sobre la salud debido a su elevada transmisibilidad, incluso a través de portadores asintomáticos, sin que por eso su letalidad sea especialmente baja.

El SARS-CoV-2 nos ha devuelto la memoria de las grandes epidemias y, con ella, también la humildad. Este virus nos amenaza a todos y a todos nos convierte en amenazas potenciales. En consecuencia, la defensa frente al virus no puede plantearse a título individual sino colectivo, implicando a toda la sociedad. Debe decidirse políticamente y basarse en el conocimiento científico. Sin embargo, la ciencia no cuenta de momento con todas las respuestas. Pero está corriendo para encontrarlas.

La ciencia corre porque se multiplican los recursos para investigar, porque la cooperación sustituye a la competición y porque se acortan plazos y simplifican procedimientos. La velocidad, sin embargo, no está exenta de riesgos. Es el caso de la publicación de estudios no sometidos a evaluación por pares (‘preprints’) que en ocasiones se difunden a los medios de comunicación de masas antes incluso de aparecer en los especializados en comunicación científica. Si la verdad científica es siempre provisional, actualmente estamos conociendo algunas particularmente efímeras. Además, a una sociedad que ‘respira información’ le confunde que esas verdades puedan ser en breve plazo de tiempo contradichas, y se indigna porque de ellas depende crucialmente su salud. Aceptemos que la ciencia cuando se hace a la carrera y se multiplican los ensayos aumenta también su proporción de errores. Pero esforcémonos también en mantener un mínimo de controles metodológicos de las investigaciones, asegurándonos de su existencia y correcta aplicación antes de comunicar sus resultados, y cuando sea preciso usemos una ‘mascarilla’ para las informaciones insuficientemente fundamentadas cuando no falsas.

Ante la pandemia de COVID-19, los científicos se ven urgidos a dar respuestas inmediatas, relacionadas con el control de la transmisión de la enfermedad durante esta primera onda epidémica y durante la ‘nueva normalidad’, y a medio plazo para convertir a la COVID-19 en una enfermedad curable y prevenible. Ello es así porque para esta enfermedad contábamos solo con tratamiento sintomático o de soporte, que se ha ido reforzando por el uso de fármacos mediante la aplicación de estrategias de reposicionamiento terapéutico. El resto del arsenal disponible en esta guerra contra la pandemia COVID-19 consiste en intervenciones no-farmacológicas, cuya efectividad no es suficientemente conocida.

Me parece importante distinguir entre respuestas científicas a corto y medio plazo no solo porque sus objetivos sean distintos sino porque en su investigación se recurre a aproximaciones metodológicas en buena medida diferentes. Las primeras incluyen procedimientos, en muchos casos, con una larga tradición histórica, inicialmente desarrollados con una base empírica que fue dotándose progresivamente de soporte experimental al descubrirse los agentes causantes de las enfermedades infecciosas y sus mecanismos de transmisión. Su implementación conlleva frecuentemente cambios en las conductas de los hombres y del medio en las que esas conductas tienen lugar. Las segundas, suelen ser de tipo farmacológico, son propias de la medicina y ciencia moderna y su eficacia apenas requiere de la colaboración de los sujetos en que se aplican. Son las que crean en los hombres la sensación de liberarse de la esclavitud de la enfermedad.  

El SARS-CoV-2 nos ha devuelto colectivamente esa sensación de esclavitud, obligándonos a echar mano de medidas que a veces los farmacólogos, envanecidos de los logros de ‘nuestra’ ciencia, consideramos de segunda categoría. Además, a diferencia de la mayoría de los medicamentos, estas medidas no se aplican solo a los individuos enfermos sino al conjunto de la población. Por ello, la eficacia de las mismas depende de un cumplimiento (disciplina) social que implica que cada individuo se haga responsable de la salud del prójimo tanto o más que de la de él mismo. Consiguientemente, su eficacia debe evaluarse también a nivel poblacional con instrumentos y métodos muchas veces compartidos por la medicina y las ciencias sociales.

Me refiero a los estudios epidemiológicos, encuestas sociológicas, análisis de datos de movilidad, etc. Se trata de una investigación pegada al terreno, a lo cotidiano y muchas veces a lo particular. Una vacuna aspira a protegernos a todos mediante una intervención única, pero las estrategias de control de una epidemia son multifactoriales y deben adaptarse a situaciones y entornos muy diferentes. Por otra parte, este tipo de estudios analiza variables (p. ej., factores y conductas de riesgo) con relaciones meramente probabilísticas entre si, pero que si son bien planteados ayudan a tomar decisiones y a elaborar  recomendaciones y protocolos sanitarios. Estos estudios permiten ajustar los riesgos sanitarios y económicos, buscando continuamente un balance entre ellos. Además, pueden realizarse rápidamente y resultan relativamente baratos.

Son estudios que se llevan a cabo en tiempo real, aprovechando ese gran experimento natural que la pandemia supone. Requieren de los investigadores creatividad y muchos reflejos para llevarlos a cabo de forma eficaz en las difíciles circunstancias actuales. Dada la obligada brevedad de un noticiario, me valdré de solo dos ejemplos para ilustrar la relevancia y oportunidad de estas investigaciones. Y los dos ejemplos son de nuestro país.

El primero es un documento de trabajo de la Fundación FEDEA del que son autores David Martín-Barroso et al., titulado “Encajando el puzle: Una estimación rápida del número de infectados por COVID-19 en España a partir de fuentes indirectas” (1). A partir de la información suministrada por el Ministerio de Sanidad (series oficiales de evolución de la epidemia y los informes del Sistema de Monitorización de la Mortalidad Diaria), los autores desarrollan una metodología para estimar el número de infectados a partir del número de fallecimientos por COVID-19. Los resultados indicaron que, a fecha del 26 de abril de 2020, la infección habría afectado a 1,23 millones de españoles, lo que supone el 2,6% (1,2%-7,5%) de la población. Es de señalar que el intervalo de confianza de este valor abarca el 5%, que fue el de la prevalencia detectada en las dos semanas siguientes (27 de abril a 11 de mayo)  por el estudio nacional de sero-epidemiología del Instituto de Salud Carlos III realizado en una muestra de 60.983 personas. Baste comparar ambos resultados para constatar la capacidad anticipatoria y eficiencia de este tipo de aproximaciones indirectas.

El segundo ejemplo se publicó el mes pasado en ‘The Lancet’ y su primer autor es Francisco J. de Abajo (2). Se trata de un estudio de casos-controles de base poblacional en el que se compara el uso de fármacos inhibidores del sistema renina-angiotensina-aldosterona (SRAA), como los inhibidores de la enzima convertidora de la angiotensina y los antagonistas del receptor de la angiotensina II, en pacientes hospitalizados por COVID-19 y por otras patologías. El estudio, que incluyó 1.139 casos de COVID-19 ingresados en 7 hospitales madrileños y 11.390 controles, estuvo motivado por la capacidad de dichos fármacos para incrementar la expresión de la enzima convertidora de angiotensina 2, que es utilizada por el SARS-CoV-2 como puerta de entrada a las células, y la mayor prevalencia de patología cardiovascular entre los pacientes de COVID-19. Sus resultados muestran que los fármacos inhibidores del SRAA no incrementan el riesgo de padecer COVID-19 grave, ni su letalidad, por lo que no estaría justificada su retirada para favorecer la prevención de esta enfermedad. Se trata de un estudio útil para el manejo de los pacientes de COVID-19, pero especialmente para los millones de pacientes con patologías cardiovasculares que reciben estos fármacos y que están expuestos a SARS-CoV-2.

Es necesaria más investigación sobre todas aquellas intervenciones que ayuden a mitigar y controlar esta pandemia (3). En especial sobre la eficacia de las medidas de distanciamiento social, incluyendo las relacionadas con la limitación de la movilidad por su claro impacto económico, la higiene de manos y la desinfección de fómites, el uso de mascarillas… Este tipo de investigación no abunda y, sin embargo, hoy resulta fundamental. Curiosamente, mucha de la información de que disponemos de esta investigación se generó a raíz de las pandemias de gripe del siglo pasado. Parece que, de nuevo, de la mano de la calamidad, le ha llegado su momento, momento en el que la ciencia necesita apretar el paso para ganarle la carrera al SARS-CoV-2.

Referencias:

(1)  Martín-Barroso, D.; J. A. Núñez-Serrano; J. Turrión; F.J. Velázquez. Encajando el puzle: Una estimación rápida del número de infectados por COVID-19 en España a partir de fuentes indirectas. FEDEA, Documento de Trabajo 2020-05. Madrid.

(2)  Abajo F.J. de; S. Rodríguez-Martín; V. Lerma et al. Use of renin-angiotensin-aldosterone system inhibitors and risk of COVID-19 requiring admission to hospital: a case-population study. Lancet (2020). [doi.org/10.1016/S0140-6736(20)31030-8].

(3) Glasziou P.P. Waste in Covid-19 research. BMJ (2020), 369:m1847 [doi.org/10.1136/bmj.m1847].

 

Antonio Rodríguez Artalejo

Académico de la RANF