Dieta, nutrientes y COVID-19
lunes , 21 de septiembre de 2020
Dieta, nutrientes y COVID-19
Antecedentes
Se acepta que la alimentación no solo guarda una estrecha asociación con el estado de salud, sino incluso con la evolución de ciertas enfermedades, sean o no transmisibles. Para la comunidad científica es un reto establecer cuál es el grado de relación entre los hábitos dietéticos y una nueva enfermedad. Este desafío es inédito en el caso de la denominada COVID-19, desencadenada por el virus SARS-CoV-2. Es por ello que, en mayo de 2020, se publicó un artículo liderado por investigadores alemanes en el que se sugirió que la baja tasa de mortalidad por la COVID-19 en el norte y este de Europa pudiera explicarse, entre otras razones, por los hábitos dietéticos de esos países (Bousquet et al., 2020). Esta aseveración se ha fundamentado en la actividad antioxidante de ciertos alimentos para reducir los niveles de la enzima convertidora de angiotensina-2 (ACE2), la cual se ha considerado un receptor en las superficies celulares, tanto para el SARS-CoV-1 como para el SARS-CoV-2. Pero, ¿qué pruebas hay de que la dieta pueda prevenir o contribuir al tratamiento de la COVID-19? En las siguientes líneas se dilucidará esta cuestión con base en estudios de relación de causa-efecto.
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Los hábitos alimentarios durante la cuarentena de la COVID-19
Una encuesta, a través de la web ,realizada entre el 5 y el 24 de abril del presente año, reclutando más de 3.500 voluntarios italianos mayores de 12 años (el 78% mujeres), puso de manifiesto que, en torno al 49% de los participantes ,alegaron que sus hábitos dietéticos no se alteraron durante ese periodo (Di Renzo et al., 2020). Este dato llama la atención si se tiene en cuenta que más de la mitad de los encuestados refirieron que habían sentido un cambio en la percepción de hambre o de saciedad. Tal cambio fue más acusado en la zona sur de Italia por comparación con las del norte y centro. En dicha región se detectó un aumento del número de comidas después de la cena. Respecto al tipo de alimentos consumidos en este periodo, se incrementaron los de elaboración doméstica (dulces, pizza y pan), así como legumbres, cereales, productos lácteos y huevos. En cuanto a la calidad de la dieta, el grupo cuya edad se situó entre los 18 y 30 años fue el que mejor se ajustó al patrón llamado ‘estilo mediterráneo’ (30% del total).
Entre el 17 de abril y el 1 de mayo del año actual se llevó a cabo una encuesta telemática sobre los hábitos dietéticos de unos 1.097 participantes polacos mayores de edad, de los que el 95% fueron mujeres (Sidor & Rzymski, 2020). El 44% de ellos informaron que comieron más durante ese periodo y el 52% de los encuestados reconocieron que incrementaron el consumo de ‘snacks’ entre las comidas principales. Menos del 40% de los participantes consumieron diariamente las raciones recomendables de productos como verduras, frutas, derivados lácteos y cereales. El 14% reportó que había incrementado el consumo de bebidas alcohólicas.
En lo que se refiera a España, se han efectuado al menos cuatro encuestas para valorar los hábitos dietéticos durante la cuarentena asociada a la COVID-19. Entre el 20 de marzo y el 9 de abril, con más de 7.500 participantes mayores de edad (el 37% menor de 35 años y el 70% mujeres) de los que 1.220 eran de la zona norte, 2.270 de la zona central y unos 4.010 de la zona sur (Rodríguez-Pérez et al., 2020). Los resultados sugieren comportamientos dietéticos más saludables durante el confinamiento, en comparación con los hábitos seguidos en fechas anteriores. En general, la adhesión al llamado ‘patrón mediterráneo’ aumentó significativamente durante el confinamiento. Más aún, la probabilidad de seguir esta pauta dietética durante el confinamiento aumentó entre quienes disminuyeron la ingestión de alimentos fritos, bocadillos, comidas rápidas, carne roja, pasteles o bebidas con azúcares añadidos, y aumentaron el consumo de aceite de oliva, verduras, frutas o legumbres. Los autores concluyen que el confinamiento ha llevado a la adopción de hábitos /comportamientos dietéticos más saludables en la población estudiada. También sugieren que, si se mantiene a largo plazo, podría tener un impacto positivo en la prevención de enfermedades crónicas y las complicaciones relacionadas con la COVID-19.
En la última semana de abril del mismo año se implicó a unos 600 voluntarios españoles, de ambos sexos y mayores de edad, para conocer sus hábitos alimentarios durante el periodo de confinamiento (Romeo-Arroyo et al., 2020). Los resultados sobre la ingestión de alimentos, clasificados por categorías, mostraron que más del 50% de los encuestados alegaron consumir prácticamente los mismos productos que antes del período de confinamiento. Pero los datos también reflejaron que un 30% de ellos percibía haber comido de una manera diferente. Por ejemplo, más del 33% de los entrevistados informaron de una reducción en el consumo de pescado, y más del 50% un incremento en el consumo de dulces. Así pues, con este estudio se deduciría que el confinamiento pudo alterar el hábito de comer de forma saludable en una fracción importante de la población.
Entre el 21 de abril y el 8 de mayo se recopilaron las encuestas de poco más de 1.000 adultos (el 71% mujeres) de todas las comunidades autónomas (Pérez-Rodrigo et al., 2020). Los participantes señalaron que, por comparación con las fechas previas al confinamiento, redujeron los consumos de pizza, bollería, chocolate, bebidas azucaradas y bebidas alcohólicas. Por el contrario, manifestaron un incremento en el consumo de fruta, huevos, legumbres y pescado.
Por su parte, y en el contexto de una encuesta internacional efectuada del 17 de abril al 25 de mayo, los adolescentes españoles, italianos, brasileños, colombianos y chilenos dijeron incrementar el número de raciones de legumbres, frutas y verduras, pero también el de frituras y dulces (Ruiz-Roso et al., 2020).
Todos estos resultados se revelan aparentemente contradictorios cuando se comparan con los datos recopilados por otras fuentes, como las que investigaron las respuestas del mercado y de los consumidores españoles, durante la fase de confinamiento (Kantar Group, Nielsen Holding, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, etc.). Así, por ejemplo, en la semana del 9 al 15 de marzo se disparó la compra de alimentos no perecederos: galletas (87%), pasta (76%), aceite (54%), arroz (34%) y conservas (15%). Ya en la semana del 27 de abril al 3 de mayo se reduce el volumen de compra alimentaria, si bien es alta la adquisición de carnes, pescados y platos preparados. Esta respuesta de los consumidores parece coherente con la encuesta llevada a cabo durante el confinamiento por la Sociedad Española de Obesidad, en la que más del 70% de los encuestados señalaron un incremento de su peso corporal de hasta 3 kg. Es decir, que durante el confinamiento se habría producido un incremento del peso corporal como consecuencia de la reducida actividad física y del cambio en las pautas alimentarias. Este cambio dietético, bien por el aumento del número de comidas, por el tamaño de las raciones o por el consumo de alimentos con alta densidad energética, podría estar inducido por factores emocionales en aquellas personas que presenten una baja resiliencia.
El estado nutricional y la COVID-19
De forma simplificada, la malnutrición se puede subdividir en desnutrición, si el aporte de energía y nutrientes es insuficiente, y en sobre-nutrición (sobrepeso y obesidad), cuando la ingesta de energía y nutrientes es excesiva. Ambas situaciones comprometen no solo el estado de salud, sino la evolución de cualquier enfermedad. La desnutrición se asocia a un mayor riesgo de muerte prematura por enfermedades infecciosas mientras que la sobre-nutrición incrementa el riesgo de morir por enfermedades cardio-metabólicas, especialmente cuando la obesidad se localiza mayoritariamente en la zona abdominal (obesidad central). En ambas situaciones quedan afectados, de forma importante, los sistemas inmunitario y hormonal. La desnutrición induce su supresión, alterando la función y la regeneración celular, mientras que la sobre-nutrición desencadena procesos inflamatorios crónicos (Alwarawrah et al., 2018; Bourke et al., 2016).
Algunos estudios han apuntado que la obesidad no solo es factor de riesgo para desarrollar la COVID-19, sino también un factor que complica la evolución de esta enfermedad. Se ha sugerido como mecanismo que los procesos inflamatorios y las alteraciones endocrino-metabólicas desencadenados por los adipocitos de los sujetos obesos aumentan el riesgo de trombo-embolismo venoso y de complicaciones respiratorias (Sanchis-Gomar et al., 2020). En un estudio efectuado con pacientes ingresados por COVID-19 en la ciudad de Nueva York, más del 60% de los afectados presentaron sobrepeso y obesidad. El riesgo de muerte en función del peso corporal se ajustó a un patrón en forma de J. Las personas con bajo peso tenían un alto riesgo de muerte, las personas con sobrepeso mostraron el riesgo más bajo y en las personas obesas aumentó el riesgo progresivamente con su peso. Este riesgo resultó similar en función de la edad, del sexo y de la etnia (Goyal et al., 2020). Similar patrón se apreció en otro estudio realizado en la misma ciudad, solo que el mayor riesgo de muerte fue más acusado entre las personas obesas menores de 65 años (Anderson et al., 2020). Un aspecto que merece la pena destacar en este punto es que, de acuerdo con diversos estudios epidemiológicos, se ha apreciado una relación inversa entre los niveles séricos de 25(OH)-vitamina D y el peso corporal. Aunque los sujetos normopeso y obesos tienen cantidades similares de esta vitamina en su organismo, en los últimos se distribuye en un volumen corporal mayor, lo que hace que las concentraciones séricas sean más bajas. Téngase en cuenta que la 25(OH)-vitamina D se distribuye predominantemente en el suero, tejido muscular, hígado y tejido adiposo, compartimentos que aumentan con la obesidad (Vranić et al., 2019). Algunos autores han especulado que estos bajos niveles de 25(OH)-vitamina D sería uno de los factores implicados en el riesgo aumentado que presentan las personas obesas frente a la COVID-19, ya que esta molécula es la precursora del 1,25(OH)2-vitamina D, reguladora de las enzimas implicadas en el sistema renina-angiotensina (Carter et al., 2020).
En cuanto al impacto de la malnutrición en el riesgo de desarrollar COVID-19, así como su severidad, aún no se ha publicado estudio alguno. Se podrían buscar paralelismos con otras situaciones patológicas similares en las que esta condición influye negativamente en su pronóstico clínico. Ya está suficientemente documentado el incremento de las complicaciones, de la duración de la hospitalización y de la mortalidad en pacientes hospitalizados cuya desnutrición previa no se ha tratado. Es el caso de pacientes ancianos o pluripatológicos desnutridos en otros brotes virales como en la gripe estacional (Mehta, 2020). Sí está documentada la desnutrición que experimentan los afectados severamente por la COVID-19, ya que se reduce de forma importante la ingesta alimentaria por las náuseas, los vómitos, la diarrea, la pérdida de apetito o por la disfagia causada por la intubación (Brugliera et al., 2020; Handu et al., 2020). Esta malnutrición se agrava por la pérdida de masa muscular asociada a un prolongado encamado durante la hospitalización (Gualtieri et al., 2020).
Los compuestos alimentarios y la COVID-19
Proteínas
La proteína dietética es un nutriente para el que se han establecido unas recomendaciones diarias, referidas a kg. de peso corporal, de 0,8 gr. (adultos sanos) hasta 1 gr. o más (adultos ancianos y adultos hospitalizados con comorbilidades) para así reducir la pérdida de masa muscular o para minorar el catabolismo proteico. En el caso de pacientes que necesiten un suplemento oral de este nutriente, la cantidad mínima que se deberá administrar será de 30 g.. Se considera vital para el funcionamiento del sistema inmunitario ya que sus aminoácidos intervienen en (1) la proliferación y activación de los linfocitos T, linfocitos B, células asesinas naturales y macrófagos; (2) la regulación del estado redox intracelular y la expresión génica; y (3) la producción de anticuerpos, citoquinas y otras sustancias citotóxicas. En cuanto a los aminoácidos se puede destacar que la arginina mejora el sistema inmunitario al actuar sobre las células T. Además, la metabolización de la arginina produce óxido nítrico, el cual puede inhibir el ciclo de replicación del virus SARS‑CoV. Este óxido nítrico también tiene una función importante en la regulación de los procesos inflamatorios de las vías respiratorias. Otro aminoácido considerado de potencial interés en situaciones patológicas críticas es la glutamina, ya que reduce el catabolismo proteico y la incidencia de bacteriemia, neumonía y sepsis. Sin embargo, aún no se ha realizado estudio alguno sobre la eficacia de ambos aminoácidos en el caso de pacientes hospitalizados por la COVID-19 (BourBour et al., 2020; Rozga et al., 2020).
Ácidos grasos
Los ácidos grasos poliinsaturados de la serie omega-3 (ácidos α-linolénico, eicosapentaenoico y docosahexaenoico) pueden estimular el sistema inmunitario por diferentes mecanismos. Por ejemplo, mejorando la proliferación y la actividad de las células B o disminuyendo la producción de citoquinas y de prostaglandinas proinflamatorias. En cuanto al efecto de los ácidos omega-3 en pacientes con sepsis, los estudios muestran una mejoría de su función inmune y una aparente reducción de la tasa de mortalidad. En pacientes críticos con síndrome respiratorio agudo se ha señalado que mejora su oxigenación y disminuye la duración de la mecánica ventilación. Es por ello que se intuyen los efectos favorables en pacientes afectados por la COVID-19 si se les administran los ácidos eicosapentaenoico y docosahexaenoico a dosis superiores a las recomendadas. Pero hasta el presente momento no se han publicado estudios controlados y aleatorizados de modo que se pueda recomendar su suplementación (BourBour et al., 2020; Rogero et al., 2020).
Los carbohidratos
En relación con los carbohidratos, tomando como referencia los lípidos, la Sociedad Europea de Nutrición Clínica y Metabolismo recomienda que se suministren en una proporción energética de 70:30 si el paciente no tiene deficiencia respiratoria y de 50:50 en pacientes ventilados (Barazzoni et al., 2020). Esta última propuesta tiene como finalidad prevenir la malnutrición derivada del catabolismo proteico más que controlar la hipercapnia por la producción excesiva de CO2.
Dentro de este apartado parece oportuno recordar la función de la fibra dietética como agente prebiótico. La fibra soluble es el sustrato metabólico de microorganismos productores de ácidos grasos de cadena corta (C1 a C6) con capacidad de reducir los niveles séricos de la proteína C-reactiva, las interleucinas IL-6 e IL-8 y el factor de necrosis tumoral alfa (TNFα). Puesto que algunos estudios señalan que los pacientes aquejados de COVID-19 sufren disbiosis por alteración de la microbiota intestinal, concretamente la depleción de las poblaciones de Lactobacillus y Bifidobacterium, se ha sugerido la conveniencia de que enfaticen el consumo de cereales integrales, legumbres secas, frutas y verduras frescas (Conte & Toraldo, 2020).
Vitaminas
La vitamina C es un nutriente indispensable no solo por ser cofactor de varios enzimas, sino también por contribuir a las funciones celulares del sistema inmune innato y adaptativo. Su deficiencia da como resultado un deterioro de la respuesta inmunitaria y una mayor susceptibilidad a las infecciones. A su vez, las infecciones reducen los niveles de vitamina C debido a una mayor inflamación y a las altas demandas metabólicas. No obstante, y aunque enfermedades como el resfriado común o la gripe estacional comprometen de forma importante el sistema inmunitario, no hay pruebas suficientes para recomendar la suplementación oral con vitamina C (≥1 g/día) con objeto de acortar la duración de las mismas o aliviar su severidad. Quizás sí se beneficien de su uso quienes estén sometidos a un alto estrés físico (Bucher & White, 2016; Hemilä & Chalker, 2013). En cuanto a su uso por vía intravenosa en pacientes críticos, para reducir la duración de la estancia hospitalaria, son muy variables los efectos. Hasta el presente momento no hay pruebas de su eficacia clínica para tratar los pacientes con COVID-19 (Bauer et al., 2020; Beigmohammadi et al., 2020)
Diversos estudios epidemiológicos destacan que la población en general presenta una deficiencia de vitamina D, ya sea por la baja exposición solar o ya por una dieta pobre en grasa. Los grupos poblacionales más susceptibles de experimentar esta hipovitaminosis son los niños de corta edad, los ancianos y las personas obesas. En estas últimas la deficiencia se explicaría por una dilución de la vitamina al distribuirse en los compartimentos corporales que más aumentan en su situación (tejido adiposo e hígado). Esta insuficiencia vitamínica también se ha detectado en afectados por la COVID-19 (D’Avolio et al., 2020). Por ello se ha propuesto la administración diaria de 10.000 UI de vitamina D3 a las personas con riesgo de padecer esta enfermedad (Grant et al., 2020). Sin embargo, en el presente momento se está realizando un estudio controlado en estos pacientes ya ingresados en UCI y por tanto aún se desconoce su eficacia (Beigmohammadi et al., 2020).
La vitamina A interviene en el sistema inmune regulando la producción de la interleucina IL-2 y del TNFα. También contribuye a las actividades fagocíticas de los macrófagos y a la función de las células asesinas naturales. Hay pruebas documentadas de que la deficiencia de esta vitamina afecta negativamente a la respuesta del sistema inmunitario ante infecciones respiratorias, especialmente en niños. Por todo ello se ha sugerido que el ácido retinoico sería una opción para el tratamiento de la infección por el coronavirus SARS-CoV-2, si bien no hay datos publicados que la avalen (BourBour et al., 2020; De Faria Coelho-Ravagnani et al., 2020)
Elementos minerales
El zinc es un nutriente crítico cuando la dieta se basa en alimentos cuya biodisponibilidad es baja. Es el caso de los alimentos ricos en fitatos como los cereales integrales, las legumbres y los frutos secos, consumidos como parte de las dietas vegetarianas y veganas. Por el contrario, su disponibilidad biológica es mayor en los alimentos de origen animal, especialmente los de procedencia marina (moluscos y crustáceos), seguidos de las carnes rojas y derivados lácteos. La importancia del zinc para el buen funcionamiento del organismo humano es bien conocida. Es un cofactor de más de 3.000 proteínas que actúan como enzimas y como factores de transcripción, reparación y replicación del ADN. También interviene en la proliferación celular, por lo que participa en la regulación inmunológica. Las células T, como parte del sistema inmunológico adaptativo, son particularmente sensibles a la deficiencia de zinc necesario para su maduración y mantenimiento. También es importante para las células del sistema inmunológico innato, especialmente los monocitos y macrófagos, a través de sus efectos reguladores sobre la producción de citoquinas proinflamatorias. Por otro lado, y de acuerdo con estudios in vitro, las sales de Zn parecen inhibir la replicación de algunos virus, incluido el SARS-CoV. Por todo ello se ha sugerido que la suplementación con Zn (20-40 mg diarios) podría formar parte del tratamiento de la COVID‑19 (Brasiel, 2020; Rahman & Idid, 2020).
El selenio contenido en los alimentos varía ampliamente en función de la cantidad presente en el suelo, el cual es absorbido por las plantas y estas a su vez ingeridas por los animales. Son muy limitadas las regiones europeas cuyos suelos contengan cantidades de selenio como para que sean tóxicas (zonas costeras de Irlanda del norte, Escocia, Noruega, Gales y Galicia). Por el contrario, son más frecuentes las zonas con suelos pobres en este elemento (áreas del interior de Europa), lo que hace que sea un nutriente crítico en estas regiones (Johnson et al., 2010). El selenio es un componente de varias enzimas, muchas de las cuales están involucradas en reacciones redox. Esta función antioxidante hace que sea un elemento esencial para el sistema inmunitario al proteger las células del estrés oxidativo. En general, los efectos del selenio sobre las funciones inmunes muestran una gran dependencia de la concentración, pero las dosis suprafisiológicas generalmente no conducen a una mejor respuesta inmunitaria. En todo caso parece que la suplementación es más eficaz para soslayar las situaciones deficitarias (Qian et al., 2019). Respecto al COVID-19, un estudio realizado en China (Zhang et al., 2020) ha señalado una asociación positiva entre la tasa de curación de los afectados y el contenido de selenio cuantificado en cabello. Razón por la que se ha sugerido el uso del selenito de sodio en la terapia anticoagulante de estos pacientes (Kieliszek & Lipinski, 2020).
Compuestos fitoquímicos
En este grupo heterogéneo se enmarcan las más de 8.000 sustancias identificadas que, sin ser nutrientes (no participan en procesos metabólicos básicos para la vida), poseen una actividad biológica en el organismo humano. De entre todas las familias que integran este grupo destacan los compuestos fenólicos (flavonoides, ácidos fenólicos, taninos, lignanos y estilbenos), todos ellos metabolitos de procedencia vegetal. Los polifenoles interfieren en los procesos inflamatorios por diferentes vías. Por ejemplo, alterando la proliferación y la activación de las células B y T, al inhibir la tirosina-quinasas y la serina-treonina-quinasa, o dificultando la síntesis de mediadores proinflamatorios (IL-6, IL-8, TNF-α). Sin embargo, cuando la dieta de humanos se suplementa con polifenoles se registran resultados muy variables y modestos desde el punto de vista clínico (Fraga et al., 2019).
Otro aspecto de potencial interés que poseen los polifenoles es su actividad frente a virus de ADN y ARN. Por ejemplo, la apigenina inhibe la síntesis proteica de los picornavirus (virus ARN) o el galato de epigalocatequina interfiere con el ciclo de replicación de los virus ADN. En cuanto a los coronavirus, parece que los flavonoides presentan varios mecanismos de acción. Uno de ellos es la inhibición de un enzima esencial para la replicación de estos virus, la proteinasa 3CLpro. Tanto la hesperidina como la quercetina han mostrado tal acción en ensayos in vitro. En cualquier caso, estos estudios se han realizado en modelos de laboratorio y deben interpretarse con suma cautela como para sugerir que las infecciones por coronavirus se puedan prevenir o tratar mediante una intervención basada en determinados alimentos (Annunziata et al., 2020; Russo et al., 2020).
La dieta y la COVID-19
Durante la etapa de confinamiento por la COVID-19 se difundieron, a través de las redes sociales, diversos rumores y bulos relativos a los alimentos y los suplementos más indicados para prevenir y tratar la enfermedad. Algunos de esos rumores se referían a los nutrientes ya comentados en los apartados anteriores. Para evitar la desinformación, el Instituto de Inmunología Clínica y Enfermedades Infecciosas, la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición y el Consejo General de Colegios Oficiales de Dietistas-Nutricionistas elaboraron una guía (Fariñas & Robles, 2020). No estaría de más completar esa información recordando a la población que, para reducir el riesgo de padecer la COVID‑19 y sus complicaciones, es conveniente preservar un buen estado nutricional a base de una dieta variada y adecuada a las necesidades de cada persona. Las características de esta dieta se pueden resumir mediante un recurso gráfico ideado por la Asociación Americana para la Diabetes y que se conoce como el ‘método del plato’ (American Diabetes Association, 2020). Consiste en dividir un plato en dos mitades, de modo que la primera mitad corresponda a las verduras sin almidón; son alimentos de bajo contenido en carbohidratos de modo que no incrementan notablemente la glucemia postprandial. La otra mitad se subdivide en otros dos sectores: el segundo estará formado por el grupo de los alimentos magros y ricos en proteínas; además de las carnes, pescados y huevos, en este sector se incluyen las legumbres secas. El tercer y último sector del plato recoge los alimentos ricos en carbohidratos, en especial los amiláceos. Los alimentos del sector primero y tercero serán de consumo diario, mientras que los del segundo se recomiendan de dos a tres veces a la semana.
La aún vigente pandemia pone de relieve la importancia de los profesionales farmacéuticos comunitarios en las políticas de promoción y educación para la salud. En el presente caso, mediante la facilitación de consejos y orientación en materia de alimentación.
Bibliografía
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Yolanda Barcina Angulo
Académica de la RANF