La segunda resurrección de la cloroquina
La cloroquina, una molécula antipalúdica, en su día asociada a la acción insecticida del DDT, hizo soñar al mundo por el augurio de las máximas autoridades sanitarias del Planeta de que, el paludismo –el más viejo y eficaz azote de la humanidad–, iba a ser erradicado, permitiendo el desarrollo de la gran franja intertropical de la Tierra, la más placentera para vivir en ausencia de esta dolencia, la malaria o paludismo.
No fue así; en pocos años, su uso abusivo como profiláctico y terapéutico –se llegó a incorporar a los terrones de azúcar del café–, propició el establecimiento de resistencias casi simultáneamente y por separado en tres áreas distantes entre sí del Mundo. Aquella imitación sintética de la quinina (el principio activo de la quina) perdió de golpe todo su enorme mercado. No le fue fácil a la especie patógena por excelencia, Plasmodium falciparum, alcanzar trucos bioquímicos en su metabolismo para evitar aquella molécula destructiva. Lo hizo con tanto daño para la persistencia en el tiempo de la especie que, cuando por inútil dejó de aplicarse cloroquina, las cepas resistentes desaparecieron de modo espontáneo, volviendo el parásito a estatus próximo al original ante-cloroquina. De aquella debacle, salvo el uso en acuarios, sólo una de sus variedades, la hidroxicloroquina, continuó empleándose para una de sus funciones secundarias, su actividad inmunomoduladora en la artritis reumatoide y el lupus. Y así estábamos cuando, a la tercera va la vencida, un nuevo coronavirus SARSCoV2, saliendo de no sabemos todavía de dónde, ni cuándo exactamente y sólo sí dónde (Wuhan en China Centro-Este) saltó a la especie humana; así se piensa por analogía de las dos especies precedentes SARSCoV1 y MERS, aunque son más numerosas las dudas que las certezas al respecto. Y aquí está la oportunidad de la cloroquina/hidroxicloroquina. Es, entre otras, una de las moléculas ensayada para la profilaxis y tratamiento de la infección por este nuevo virus patógeno.
Hagamos antes de proseguir un paréntesis que nos sitúe, que nos recuerde la cloroquina, medicamento antipalúdico prodigioso de hace 70 años. En el cementerio luterano de la Hochstrasse, una lápida recuerda que allí reposan los restos de Johann (Hans) Andersang nacido en 1902 en Lane (Tirol del Sur, Italia) y fallecido en 1955 en esa tierra de Wuppertal-Elberfeld, próximo a donde también reposan miembros de la familia Bayer, fundadores de la empresa donde por largos años trabajó y donde, con su equipo, sintetizó en 1934 las 4-aminoquinolinas. Un fruto más de aquella voluntad en marcha que supuso la creación, en 1920, de IG Farben, gracias tambié, no sólo a la madurez de la síntesis orgánica que se había alcanzado, sino a la puesta a punto de un modelo biológico de parasitología experimental: un paludismo de aves; el ciclo de Plasmodium relictum en canarios. El ciclo permitió conocer la eficacia de las nuevas moléculas: cloroquina (Resoquin®, como fosfato) y sontoquina, pero limitó premiando al derivado metilado, sontoquina, frente a la molécula sin el grupo metilo. El ejército alemán expedicionario en África utilizó sontoquina y siguió progresando en ensayos experimentales en Túnez.
Un par de hechos fortuitos resucitaron por primera vez la cloroquina –de aquí el título de este apunte–: el descubrimiento en 1942, en Túnez, por el Ejército americano, de los protocolos y ensayos experimentales de las 4-aminoquinolinas y la circunstancia de que Bayer, para su expansión en América, había desarrollado en la anteguerra un convenio de colaboración con los laboratorios norteamericanos Sterling-Whinthrop que tenían por ello los métodos de síntesis cedidos por Bayer. En el programa americano durante esta II Guerra Mundial de búsqueda de antimaláricos, empleando un nuevo modelo experimental, Plasmodium gallinaceum en pollitos, se comprobó, ahora sí, la extraordinaria eficacia de la cloroquina como antipalúdico. A partir de 1940 reinó en la profilaxis y tratamiento de los paludismos. Su mal uso propició la aparición de resistencia diez años después, primero en Colombia, en el Sudeste Asiático en los 70 y finalmente en África en los 80 del siglo pasado. Sólo resta su utilidad frente a los paludismos menos agresivos por P. malariae y P. ovale, e incluso P. vivax en algunas áreas. Por esto, su utilidad que parece confirmarse en la profilaxis y tratamiento de la infección por Covid-19, especialmente de la molécula hidroxicloroquina: es como la segunda resurrección de este fármaco.
Aquí dejo para mejores especialistas que yo las hipótesis de cómo esta molécula puede ser profiláctica –interfiriendo la penetración del virus– y terapéutica –modulando la respuesta inmune–; evitando la tormenta de citoquinas causante de esa neumonía mortal; si no es también, virucida al interferir la formación de la proteína de la cápside vírica.
Termino con optimismo moderado. Estamos ante un proceso vírico nuevo, sin memoria inmunológica alguna, sin recursos terapéuticos contrastados, esperando sólo mitigar la onda epidémica hasta que se alcance el nivel tolerable de inmunidad infecciosa y las sucesivas ondas epidémicas que se repitan tengan cada vez una menor curva de incidencia. Y todo ello para la población ‘tolerante’, por debajo de 60 años o así. Los altamente susceptibles volveremos, con suerte, a los confinamientos periódicos.
Antonio R. Martínez Fernández
Académico de la RANF