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Plantas, espacios y públicos. El desarrollo de la Botánica en la España peninsular entre 1833 y 1936
DISCURSO DE CONTESTACIÓN DEL EXCMO. SR. D.
FRANCISCO JAVIER PUERTO SARMIENTO
Excelentísimo Señor Presidente de la Real Academia Nacional de Farmacia
Excelentísimas señoras y señores académicos
Ilustrísimas señoras y señores académicos correspondientes
Señoras y señores.
Es para mí un honor el que la sección sexta de esta Real Academia, y su Junta de Gobierno,
me hayan encomendado la tarea de contestar al discurso de ingreso del doctor Antonio González
Bueno.
Comienza el mismo con unas sentidas palabras de agradecimiento a todos aquellos que le
han acompañado en sus ya largos años de ejercicio profesional universitario, sorprendentes por
lo inusuales en sus escritos, pero que nos dejan entrever, con claridad, la persona escondida bajo
el personaje y que, a mi parecer, son excepcionalmente justas.
El doctor González Bueno, aparte de poseer una inteligencia muy aguda, es una de las
personas más trabajadoras que conozco, pero también uno de quienes no pueden efectuar su
tarea en soledad, ni mucho menos alejado de los suyos. Mi conocimiento personal, a lo largo de
muchos años de convivencia y viajes, me hacen sospechar que su agradecimiento a los amigos y,
sobre todo, a su familia, es más que ecuánime, pues su despreocupación por los aspectos
cotidianos de la vida, incluso los más necesarios y urgentes, solo es comparable a los de algunos
que le rodeamos, lo cual no debe hacer nuestra convivencia sencilla, a no ser que uno esté
acostumbrado al trato con monjes adolescentes y en algunos aspectos sabios. Por ello, el papel
en su carrera de sus amigos y sobre todo de Cristina Jerez, su esposa, debe ser ampliamente
recalcado, no en el sentido de la mujer doliente y sufridora, tan querido por don Santiago Ramón
y Cajal para compañera del investigador, sino de la persona autosuficiente, unida al profesor
González Bueno cuando conocía perfectamente su carácter y profesión, que le ha ayudado a
desarrollarla en plenitud, junto a sus hijos, Antonio y Blanca de quienes todo me hace sospechar
ha sido un magnífico padre, tal vez algo tacaño con el tiempo, por imposibilidad material, dada
su dedicación exhaustiva a las tareas universitarias.
A todos nos dedica una frase amable; la mía, hermosísima, de una carta de Séneca a Lucilio,
la escribe en latín, un idioma abolido, incluso por los botánicos y poco utilizado por la Iglesia
romana, pero muy característico de su estilo, no sé si para que no me entere, no se enteren
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