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Antonio González Bueno

    Son magníficas y compartidas sus afinidades con don Blas Lázaro, un hombre tan poderoso
intelectual y vitalmente. Su admiración hacia Pio Font Quer o hacia González Linares, y no
tanto su falta de interés por don Odón del Buen, acaso porque uno se ha sentido muy atraído
por la leyenda anárquica del personaje, por ser uno de los últimos científicos excomulgados en
nuestro país, por su amplia labor en el ámbito de la Historia Natural y la Oceanografía, por su
capacidad de crítica hacia la burocracia republicana, pese a ser él mismo republicano y exiliado a
causa de su militancia y, sobre todo, por el sino trágico de su vida como padre de Sadí del Buen,
el médico y parasitólogo empeñado en la lucha contra el paludismo en España, bajo la batuta de
Gustavo Pittaluga, introductor de la Gambussia en las aguas de los ríos españoles, para comerse a
las larvas de los Anopheles; fusilado en Córdoba, poco después del golpe militar franquista, a
consecuencia de su condición de Director general de Instituciones Sanitarias; hecho tan
rechazado, en la Europa de su época, o más, que el asesinato de García Lorca.

    En definitiva, esté uno de acuerdo en todo, o no, con las apreciaciones de don Antonio,
quien aquí, por fin, si nos las ofrece ampliamente respaldadas en criterios científicos
exhaustivamente expuestos, lo que uno desea es más; más historia de la Botánica en el siglo
XVIII y más historia de la Botánica durante el Franquismo y la Democracia. A uno se le queda
el paladar con deseo de ser alimentado con mayor abundancia aún. Sé que si tiene tiempo, y la
vida le es favorable, cosa que deseo de corazón, nos dará más muestras de su conocimiento.

    Diré por último que me siento y le siento, ojalá me equivoque, como un dinosaurio en
periodo de extinción y no porque este sea el año en que me he jubilado.

    Los dos trabajamos en una Cátedra de más de cien años de antigüedad. En ella hemos ejercido
siete catedráticos y un gran número de profesores titulares, ayudantes, contratados, becarios…
algunos hemos recibido reconocimientos importantes, nacionales e internacionales. Nuestra
producción científica ha evolucionado hacia cotas de excelencia objetivamente evaluables en
nuestra área de competencia, lo cual, en una universidad ideal, debería dejarnos tranquilos con
respecto a la continuidad de la disciplina. Por si esto fuera poco, un libro como el que ahora
presenta, en forma de discurso académico, debería convertirse en una nueva confirmación de
excelencia intelectual para una disciplina como la Historia de la Farmacia, una grieta por donde
se consolidara aún más la Historia de la Biología y una noticia de primer nivel para la Historia
de la Ciencia.

    Las corrientes académicas, sin embargo, no creo vayan por ese camino. La Historia de la
Ciencia en general, la de las diversas profesiones científicas y las de las distintas disciplinas, están
en rigurosa mengua, como las humanidades y la Historia en general, en toda la educación y muy
particularmente en la universitaria; también en el CSIC.

    Nosotros, creo yo, hemos cumplido con nuestro deber intelectual, pero no hemos sabido, o
al menos yo no he sido capaz, de lidiar en el ámbito administrativo y político. ¡Qué bien nos
vendría un Colmeiro metido a historiador de la ciencia en esta coyuntura histórica! Un cacicón
con mando en plaza, a quien nosotros pudiéramos abastecer de criterios intelectuales objetivos
para la defensa y expansión de nuestra maravillosa disciplina. Por eso las consideraciones
históricas son muy a menudo relativas y si el historiador fuera juez de algo –que nunca lo es-
siempre debería, como decía Gonzalo Anes, ocupar el papel del abogado defensor.

    Ni usted ni yo somos Colmeiro ¡Dios sea loado! Pero tanto uno como otro hemos cumplido
con nuestra obligación y, creo, nuestra afición y diversión. Ahora usted tiene la oportunidad de

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