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Plantas, espacios y públicos. El desarrollo de la Botánica en la España peninsular entre 1833 y 1936
Eduardo Reyes Prósper (1860-1921)
Fotografía de ‘Cámara’, 1916
La Esfera, 3(116): 17. Madrid, 18/03/1916
Apolinar-Federico Gredilla y Gauna (1859-1919)
Fotografía, c. 1910.
Archivo del Real Jardín Botánico de Madrid
los terrenos limítrofes con la calle de Alfonso XII. En estos años, finales del siglo, el Jardín
estuvo atenazado no sólo por los hierros de las vías que unían Madrid con Aranjuez, sino por la
presencia creciente de casas de vecindad que le rodearon hasta casi ahogarlo.
Odón de Buen (1863-1945) describiría el estado del Jardín madrileño en estos términos:
“Puede decirse que desde los tiempos de La Gasca la Botánica española ha ido en
decadencia; se conservó algún tiempo la tradición sentada por los Quer, G. Ortega,
Mutis, Ruiz y Pavón, Asso, Cavanilles y La Gasca, pero sin implantar sucesivamente
aquellos progresos que en otros países iban tomando carta de naturaleza; y, de este modo,
el primer centro botánico en España vino a quedar colocado en los últimos de la fila,
después de haberse sostenido tan largo tiempo a la cabeza de los establecimientos
científicos de esta índole...” (Buen, 1897, 1: 116).
La Junta para Ampliación de Estudios [JAE] habría de sacarlo de esta agonía, y convertirlo en
un nuevo espacio para la investigación. Poco añadieron al desarrollo de esta institución quienes
dirigieron sus tareas tras el fallecimiento de Miguel Colmeiro; inicialmente Apolinar-Federico
Gredilla y Gauna (1859-1919), catedrático de Organografía y Fisiología vegetal56 y, con
56. Sería su sucesor, al frente del Real Jardín, Eduardo Reyes Prósper, quien se ocupara de redactar su nota
necrológica (Reyes Prósper, 1920). Él atribuye a su antecesor el acondicionamiento de un espacio para la investigación
en Fisiología vegetal (Reyes Prósper, 1920: 109).
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