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Antonio González Bueno
enviadas por otros miembros de la Sociedad, así las contribuciones de Carlos Pau, que menudean
en los últimos años del siglo XIX.
El inventariado de la flora es la preocupación central de estos botánicos de la segunda mitad
del XIX. Las formulaciones teóricas suelen estar alejados de sus intereses, sólo ocasionalmente
se plantean la necesidad de superar esta primera etapa de la mera acumulación de datos. Una
reflexión en este sentido se encuentra en la “Revisión crítica de las malváceas españolas”
publicada por Blas Lázaro y Tomás Andrés Tubilla en los Anales de 1881:
“Si los primeros [los catálogos locales] marcaban en la historia de nuestra fitografía un
período analítico (...) deben ir seguidos de otros que, al carácter ya conocido de la
enumeracion y descripcion perfeccionada de las formas, unan el juicio crítico y hagan
evidentes las intimas relaciones que ligan entre sí los datos de todos los estudios referentes
á un área limitada, deduciendo de estas mismas relaciones consecuencias de inestimable
valor para la ciencia botánica general” (Lázaro e Ibiza, Andrés Tubilla, 1881: 391).
Mas no es esta la línea seguida por nuestros botánicos; con ser muchas, y no de escaso valor,
las contribuciones florísticas presentadas a la Sociedad, no quedan englobadas dentro de un
proyecto común; la idea de elaborar una Flora española, cuando se explicita, tiene siempre un
claro carácter individual y no fue asumida por la Sociedad como empresa común de sus
miembros hasta los inicios del siglo XX, y aún entonces con escasa repercusión.
Desde los trabajos compilatorios de Miguel Colmeiro, publicados en las primeras páginas de
los Anales, a los aparecidos en los últimos años del siglo XIX, hay una cierta diferencia, no
siempre explicitada por sus autores: la paulatina inclusión de la crítica taxonómica, de la que
pueden ser modélicos algunos trabajos de Carlos Pau, pero esta se produce como de soslayo, sin
querer ser abiertamente planteada255.
Cabe preguntarse el por qué de esta falta real de un proyecto común, máxime cuando la
Sociedad Española de Historia Natural, aglutinadora de la práctica totalidad de los botánicos
españoles del último cuarto del siglo XIX, parece la entidad idónea; la respuesta no resulta
sencilla y en ella cabe barajar más los intereses personales que las discrepancias conceptuales; el
protagonismo científico, en el ámbito botánico, ejercido por Miguel Colmeiro hasta el mismo
año de su muerte, en 1901, y la publicación, en los años ochenta, de su Enumeración y Revisión de
las Plantas de la Península Ibérica... (Madrid, 1885-1889), son elementos muy a tener en cuenta en
esta valoración.
En enero de 1900, a petición de Manuel Martínez de la Escalera (1865-1949), la Española
estudió la posibilidad de:
“… aunar los trabajos de los socios que se dedican á la exploración del territorio de la
Península, á fin de llegar á publicar el catálogo de todos los seres naturales que en ella
habitan; para esto debiera formarse una comisión de socios, dividida en tres secciones,
para la Geología, la Botánica y la Zoología, respectivamente, que se encargase de la
255. Blas Lázaro dotó de un comentario expreso a este cambio paulatino en sus “Notas críticas acerca de la Flora
española”: “... la crítica (...) y la selección y comprobación de los datos que se hayan publicado, adicionando las pocas
especies que antes hayan podido ocultarse á los investigadores, pero sobre todo, perfeccionando las características,
distinguiendo bien las especies que puedan presentarse á confusión, estudiando las variedades y formas locales con que
cada especie aparece, marcando bien las áreas, razonando su distribución geográfica, aclarando las indicaciones dudosas
y rectificando los errores en que haya podido incurrirse en publicaciones anteriores” (Lázaro e Ibiza, 1893: 19-20).
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