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Antonio González Bueno

darwinistas (Sucarrats Riera, 2010); sólo Carles Ferrer i Mitayna (1845-1919) expondrá, en
1881, una cierta duda ante las teorías evolucionistas o, al menos, un conocimiento de las teorías
de Thomas R. Malthus (1766-1834)?y Charles Darwin (1809-1892), si bien no centradas en el
mundo vegetal.

    Fuera de estos ambientes académicos, las teorías evolucionistas aplicadas a la Botánica
circularon con mayor libertad244; en 1883 Odón de Buen las puso de manifiesto en sus “Apuntes
geográfico-botánicos sobre la zona central de la Península Ibérica” (Buen y del Cos, 1883) y los
alumnos de Blas Lázaro las conocieron de letra de su profesor desde la primera edición de su
Compendio de la Flora Española… publicado en 1896 (Lázaro e Ibiza, 1896: 9-10).

    Estas nuevas concepciones del mundo vegetal, pese a ser conceptualmente admitidas por los
botánicos del último cuarto del siglo XIX, apenas transformarán su quehacer investigador
inmerso, hasta bien avanzado el siglo XX, en la elaboración de catálogos e inventarios de los
vegetales que crecen en nuestro suelo, sin mayores preocupaciones de índole teórica. Con todo,
es posible percibir un acercamiento conceptual, aún alejado de lo que fue la práctica cotidiana de
los botánicos españoles de este final del siglo, en lo que Marcelo Rivas Mateos denominó “las
diversidad de las formas locales y (...) las modificaciones que los individuos sufren por adaptación
al medio luchando por la existencia” (Rivas Mateos, 1901: 98).

Los proyectos de edición de una flora española

    Los esfuerzos realizadas en la España del siglo XVIII por conocer la flora española, incluyendo
la de los amplios territorios americanos sujetos al dominio colonial, de lo que el proyecto
expedicionario español es buena prueba, no tuvieron continuidad durante el XIX. La guerra
contra Francia, que acabó con la invasión del territorio español, la inestabilidad política vivida en
España tras la salida de las tropas napoleónicas, la crisis económica por la que atravesó nuestro
país durante esta época y la inadaptación socio-cultural española respecto de los países europeos
de nuestro entorno, constituyen algunas de las razones que pueden explicar la paralización de las
actividades científicas en España durante la primera mitad del siglo XIX.

    Pese a las condiciones de adversidad señaladas, durante la primera mitad el XIX tuvo lugar
un leve intento de publicar una ‘Flora española’; su elaboración fue acometida por Mariano La
Gasca (1776-1839), director del Jardín Botánico de Madrid, quien recogía así el testigo de
antiguos proyectos, no culminados, liderados desde esta misma institución madrileña por
algunas de sus cabezas rectoras durante el brillante XVIII español. La precipitada huida de La
Gasca en 1823, tras la caída del gobierno liberal y su posterior exilio en Londres, propició la
pérdida de los materiales que este venía preparando, desde años atrás, con el fin de dar a la luz
esta necesaria obra botánica. Tras esta desagradable experiencia, La Gasca cedería la responsabilidad
de publicar la ‘Flora española’ a generaciones venideras. La inestable situación política y social
por la que atravesaba España le llevó a escribir, en 1823, camino de su exilio:

        “Ya que no puedo publicar la Flora española, que era el principal objeto de mis fatigas,
        quisiera antes que me faltara la memoria hacer al menos un catálogo de las plantas que he

     244. Sobre la difusión de las ideas evolucionistas en España cf. el texto clásico de Diego Núñez Ruiz (1977); un
acercamiento a su presencia entre los naturalistas hispanos en los trabajos de José Salá Catalá (1982; 1984a; 1984b;
1987).

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