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Antonio González Bueno
La flora antillana contó con algunas contribuciones previas al desastre colonial, como la
realizada por el abogado canario Domingo Bello Espinosa (1817-1884)277 sobre la de Puerto
Rico (Bello, 1881; 1883), las elaboradas por los ingenieros forestales destinados en este territorio
(González Escrig, 2000); o las del botánico cubano Manuel Gómez de la Maza y Jiménez
(1867-1916) catedrático de Botánica general y Fitografía de la Universidad de La Habana y
director de su Jardín Botánico278, cuyo “Catálogo de las Periantiadas cubanas” fue editado por la
Española de Historia Natural entre 1890 y 1894 (Gómez de la Maza, 1890; 1894).
Tras la pérdida de las posesiones coloniales americanas, los naturalistas españoles habrían de
volver sus ojos hacia el norte de África.
Las posesiones norte-africanas
Hacia los años centrales de la década de los ochenta del XIX se observa un tímido acercamiento
hacia los nuevos paisajes coloniales promovido, entre otros, por los viajes de Francisco Quiroga
Rodríguez (1853-1894) al Sahara279 y de Amando Ossorio (1851-1917) al Golfo de Guinea y
Fernando Poo; ambos estaban directamente vinculados con las Sociedades Geográfica-Comercial
y Geográfica de Madrid, preludio de la posterior dedicación de los grupos africanistas, en la que
estuvo también inmersa la Sociedad Española de Historia Natural280.
Un pequeño artículo de Salvador Calderón (1851-1911), elaborado sobre materiales enviados
por el farmacéutico militar Miguel Iborra (1873-1941) (Calderón, 1894b) llamará la atención
de los miembros de la Española hacia las producciones del Protectorado español en Marruecos.
Su publicación, utilizando las premisas defendidas en el Congreso Español de Geografía
Colonial y Mercantil celebrado en Madrid ese mismo año, parece querer preludiar la activa
participación desarrollada por la Española de Historia Natural en los territorios norte-africanos tras
la crisis cubana acontecida cuatro años más tarde. Este interés, marcadamente económico, por
conocer la geografía y las riquezas naturales de los territorios del otro lado del Estrecho, obtuvo
respuesta en la colectividad científica española, con un aumento significativo de publicaciones
sobre la historia natural de estos territorios, durante el tránsito de los siglos XIX y XX.
En los inicios del XX –y hasta la Guerra Civil– la Sociedad Española de Historia Natural
volverá sus ojos al otro lado del Estrecho; en marzo de 1905 creará para ello una ‘Comisión para
la exploración del Noroeste de África’, formada en el seno de la Sociedad pero independiente de
ella en muchos aspectos, en particular en los relativos a la gestión económica que recae en un
277. Su biografía y su producción científica han sido estudiadas por Eugenio Santiago Valentín et als. (2013) y
Javier Francisco Ortega (2020).
278. Sobre este y otros botánicos cubanos cf. José Álvarez Conde (1958).
279. En torno a la figura de Francisco Quiroga han escrito Salvador Calderón Arana (1894a): José Macpherson
(1894); Francisco Barras de Aragón (1928); Emilio Fernández Galiano (1953); Carlos Martín Escorza (1994);
Antonio Torralba Martínez (1995); Santos Casado de Otaola (2001b); José Luis Barrera Morate (2001), Antonio
González Bueno (2008b) y Alberto Gomis Blanco in RAH.DB-e.
280. De los programas expedicionarios desarrollados en el norte de África. durante los años anteriores a la Guerra
Civil, nos hemos ocupado en Antonio González Bueno, Raúl Rodríguez Nozal, Cristina Jerez Basurco (1997);
Antonio González Bueno, Alberto Gomis Blanco (2001; 2002; 2005; 2007) y Antonio González Bueno (1989; 1999;
2002b; 2004c); también trataron de ellos Joaquín Mas-Guindal Meseguer (1928); Tomás García Figueras (1948); José
Luis Martínez Sanz (1992); Alberto Gomis Blanco (2002b; 2002c) y José María Núñez Espallargas (2002). Sobre la
relación entre Sociedades Geográficas, Ciencia y Política cf. Elena Hernández Sandoica (1986).
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